jueves, 7 de julio de 2011

ARGENTINA INFINITA

DÍA 5: HACIA LAS NUBES Y UN MAR DE SAL
A las 7 de la mañana estábamos como clavos en la puerta del hotel esperando a que nos recogiesen los de la agencia para comenzar las excursiones. Como íbamos a volver a dormir allí al día siguiente dejamos en consigna las maletas y sólo nos llevamos una mochila con lo justo para pasar esa noche en Purmamarca.

Vinieron a buscarnos con media hora de retraso y yo ya estaba echando chispas porque podía haber dormido más Malvado o muy loco . Nuestro transporte, un 4x4 en el que iban el conductor-guía (Luis, un tío genial) y una pareja de amigos (un vasco y una argentina muy jovencillos y súper salados) Aplausos .

Yo me senté en la parte delantera junto al conductor para tener una buena visión de todo el recorrido. Paramos en un kiosco a la salida de la ciudad a comprar agua, unas chuches y hojas de coca. La coca es el mejor remedio para el “apunamiento” (mal de altura). Ese día íbamos a llegar a los 4200 metros sobre el nivel del mar, así que mejor ir preparados. El guía nos enseñó cómo “coquear”. Se cogen 5 ó 6 hojas, se les arranca el rabito de un mordisco y se colocan en el carrillo para que vayan soltando los jugos al mezclarse con la saliva. Cuando se quedan secas y espachurradas se repite el proceso.
La verdad es que el sabor al principio no me agradó mucho. Estaban súper amargas, pero al poco rato te acostumbras. Eso sí, me sentí como una vaca pastando.



El hecho de ir en un coche pequeño tan poquitas personas fue todo un lujazo porque el guía nos iba parando cada vez que queríamos hacer fotos y nos fue explicando todo de manera muy personalizada y contándonos mil anécdotas a cual más divertida. Un 10 por Luis!!! Aplausos

Pusimos rumbo a Campo Quijano y entramos de lleno en la Quebrada del Toro, recorriendo el lecho del río, que en ese momento estaba casi seco. ¡¡Qué alucine de paisajes!! Paramos debajo de un viaducto por el que estaba a punto de pasar el Tren de las Nubes para hacer unas fotos.





Un poco más adelante empezamos a divisar los primeros cardones, unos cáctus gigantes con unos pinchos de 10 cm que daban ganas locas de abrazar, jejeje Riendo . Paramos para hacer más fotos.



Seguimos por unos parajes de impresión.








Llegamos a una pequeña aldea fundada por un sacerdote para ayudar a los indígenas de por allí. Estuvimos viendo la iglesia, unas cuantas llamas y vicuñas, unos talleres de artesanía…y de ahí nos fuimos a Santa Rosa de Tastil, un minipueblo del que era originario el padre del guía. Nos enseñó muy amablemente su casa y vimos la forma de vida que tienen por esos lares. Vimos un pequeño museo de aperos típicos y una momia que daba mogollón de yuyu. Nos estuvieron explicando en que consistía el culto a la Pachamama, que se celebra en agosto en casi todas las localidades de la zona. La Pachamama es la Madre Tierra y para pedirle abundancia en las cosechas, etc cavan un hoyo en la tierra y allí depositan, arroz, legumbres, pan, vino… y se lo ofrecen a la tierra. Al final, meten una botella de vino sin descorchar y tapan el hoyo con piedras formando como una montañita. Al año siguiente, destapan el hoyo, se beben la botella de vino y repiten la misma operación. Me resultó muy curioso este ritual.



En Santa Rosa de Tastil visitamos el Pucará, las ruinas de una antigua fortificación que está en un alto al que se llega por una carretera de ripio llena de curvas con precipicios. Ahí me alegré de no tener que conducir yo Riendo . Ya estábamos a más de 3000 metros de altitud y ninguno habíamos notado ningún síntoma de apunamiento.





Desde Santa Rosa nos dirigimos hacia San Antonio de los Cobres pasando por el Abra Blanca a 4080 metros de altitud. Allí bajamos del coche a hacernos unas fotos y lo único que notamos es que tienes que caminar como a cámara lenta porque das 4 pasos y ya estás con la lengua fuera. No sentimos mareo, ni dolor de cabeza, ni dificultad para respirar, ni tuvimos vómitos, que son los efectos más comunes del mal de altura.





Llegamos a San Antonio de los Cobres atravesando una carretera con unas curvas de espanto Confundido pero con unos paisajes más propios de otro planeta y un montón de niños se nos tiraron encima del coche para intentar vendernos de todo o simplemente pedirnos una moneda. Compré un par de piedras talladas muy bonitas por 5 pesos y me regalaron otras piedrecitas más pequeñas.







San Antonio está lleno de casitas de adobe y calles polvorientas sin pavimentar. Tiene su encanto, aunque tampoco lo clasificaría como bonito. Llamémoslo pintoresco. Dimos una vuelta por la plaza y observé que había bastantes turistas sentados en el suelo con la cabeza entre las piernas y un par de ellos sangrando por la nariz. Vaya! Pensé, a éstos les ha pillado el apunamiento de pleno Ojos que se mueven .

Fuimos a comer a un restaurante tipo chamizo bastante cutre pero con una comida buenísima y muy barata. Nos habían recomendado comer ligero por lo de la altura, pero yo estaba muerta de hambre y me zampé un par de empanadas de carne y una milanesa de pollo con ensalada. También nos habían recomendado no beber alcohol, pero con la sed que tenía la botella de Quilmes me llamaba a gritos y nos cepillamos una de litro. El postre me lo salté, que hay que mantener la línea, jejeje, pero me bebí un té de coca para probarlo. Sabía a yerbajo, pero ya tenía el paladar acostumbrado después de llevar coqueando no sé cuántas horas. El precio 30 pesos por barba (menos de 6€).

Salíamos del restaurante cuando el guía se encontró con otro guía de otro grupo que también iba hacia Salinas Grandes y le dijo que iban a ir por otro camino que conocían que atravesaba las Salinas y era una pasada. Para allá que fuimos junto con otro tercer grupillo que se nos unió. El camino de entrada no era ni siquiera eso, es lo que llaman una huella, es decir, las roderas que van dejando los camiones y máquinas que trabajan en las minas de sal. La experiencia fue increíble Aplausos . Íbamos conduciendo por encima de un mar de sal inmenso que reflejaba la luz del sol como si fuera un espejo. Vimos montañas de sal, zonas completamente agrietadas, sal y más sal que se perdía en el horizonte.







Pero, de pronto, los dos coches que iban delante se pararon en seco. El terreno estaba demasiado blando y corríamos el riesgo de quedarnos atrapados con el coche. Así que media vuelta y a buscar la carretera de toda la vida. No nos importó porque disfrutamos muchísimo de un paisaje que sólo unos pocos privilegiados han podido ver Aplausos .

Tras media hora, más o menos, llegamos a la entrada “oficial” de las Salinas y al ataqueeeee!!!!! Salimos escopetados a correr por encima, a toquetear los montones de sal y a hacernos unas fotos increíbles saltando en medio de ese paisaje más propio de la luna. ¡¡¡Qué gozada!!! Disfruté como una niña pequeña.











Luego vimos unas esculturas de sal que tenían junto a la carretera y pasamos por unos tenderetes donde vendían figuritas de llamas y cardones hechas con sal súper curiosas.



Me compré una llama muy simpaticona por 5 pesos y nos fuimos camino del punto más alto de nuestro recorrido, el Alto del Morado, a 4180 metros sobre el nivel del mar. Por la carretera tuvimos que parar varias veces porque se nos cruzaban llamas, vicuñas, alpacas y burros que andaban por allí campando a sus anchas.









Tras superar el Alto del Morado sin acabar en la UCI Riendo empezó la impresionante bajada de la Cuesta de Lipán. ¡¡Vaya curvas, copón Chocado !! Pero el paisaje era de una belleza desgarradora.



Llegamos a Purmamarca, admiramos el cerro de los 7 colores al atardecer desde la carretera y nos dejaron en nuestra hostería (que estaba justo debajo del cerro en un entorno de alucine). Nos despedimos del guía y de nuestros compañeros de aventuras y rogamos a Dios que al día siguiente nos tocase con ellos otra vez para la segunda parte de la excursión.

Nos alojamos en Las Terrazas de la Posta, recomendable al 100%. Nos costó 215 pesos la habitación con desayuno. ¡¡Qué pasada de habitación!! Preciosa, con una cama comodísima y unas vistas desde la terraza que quitaban el hipo. Además, se respiraba una paz y una tranquilidad que hacía tiempo que no sentía.

Tras quitarnos la capa de roña que llevábamos pegada, salimos a investigar por el pueblo y buscar un sitio para cenar. Ya era de noche y no se veía un pijo. El pueblo es pequeño, con casitas pintorescas de adobe y calles muy polvorientas. No había ni gatos por allí. Vimos varios restaurantes, pero eran de pasta y pizza y queríamos algo más autóctono.

Preguntamos a un paisano que salió de entre las sombras y nos recomendó ir a cenar a una peña folklórica que se llama “El Rincón de Claudia Vilte” y para allá que nos fuimos. Cenamos empanadas de llama (deliciosas) con una salsita picante que se llama “ají” y cabrito al horno con su correspondiente botella de vino salteño. Todo muy bueno y bien de precio (100 pesos los dos). Durante la cena se pusieron a cantar un par de pavos y a tocar la guitarra, la flauta y otros instrumentos que no sé cómo se llaman. Estuvo entretenido, pero se nos empezaron a cerrar
los ojos y nos fuimos a dormir.

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